lunes, 28 de junio de 2010

Monsiváis. Morir en el mundial.

De Monsiváis se ha escrito mucho y lo han hecho los mejores, quienes lo conocieron, lo trataron, lo abordaron, lo adoraron o padecieron. Un hombre que escribió mucho y casi de todo, menos de toros y de futbol; de lo primero dijo que era una barbarie que llamaban arte y de ese deporte resumió que si Dios era redondo, en ese caso específico, se consideraba ateo.

Qué mala pata morir en pleno mundial, debió haber pensado más de uno, pero sólo siendo el personaje del que hablamos se puede entender que por buenos lapsos los mexicanos y sobre todo los medios de comunicación hayan dejado de hablar de futbol y se hayan realizado grandes y merecidas coberturas sobre la muerte del muy citado aunque poco leído Carlos Monsiváis.

Efectivamente, todos lo citan pero poco se refieren a su obra literaria, lo recuerdan por sus constantes apariciones en programas de televisión o radio, o bien por su columna titulada “Por mi madre bohemios”. Independientemente de su indiscutible calidad no se puede negar que apareció en cuanto programa fue invitado, ya que fue un hombre que no sabía decir no. Lo mismo fue extra en telenovelas, que en películas o vídeos musicales, ¡Qué bueno que nunca lo invitaron al programa de la Señorita Laura!

Su imagen es producto también de los mass media, los mismos que nos retacan de futbol un mes cada cuatro años, los mismos que crean las expectativas y acaban con la confianza. Tal como dijo en alguna entrevista en plena mesa de análisis sobre el mencionado deporte: “los medios tienen una responsabilidad al respecto, la de no encarecer las esperanzas para después no abaratarlas”.

Sólo un personaje como él podía ser invitado a programas para hablar de un tema que lo incomodaba y desconocemos si detestó hasta su muerte, pues como alguna vez señaló quizá cinco segundos antes de morir comprendería de qué se trataba y se llevaría ese secreto para sí en una tumba esférica.

En una entrevista que le realizaron en el diario español El País expresó que nunca escribiría de futbol, sin embargo habló mucho sobre el tema y aunque lo negaba sí que lo manejaba si no como comprender aquella frase donde aseguró: “lo que uno sabe de futbol es, más o menos, lo que uno sabe de la vida, con una diferencia: en la vida se agoniza una sola vez”.

Si Monsi siguiera vivo se estaría muriendo… pero de risa, estaría retomando lo que dijo para el Weso sobre Javier Aguirre cuando declaró que México está jodido, pues con ello, dijo, se justificaba antes de los resultados que podrían venir, para que no lo culparan a él sino al país.

Quizás le causaría risa que logró paralizar la atención enfocada a “la ONU del Sentimiento”; que le robó titulares en los diarios con mayor circulación; que muchos se empujaron y reunieron pero no en torno al Ángel sino al Palacio de Bellas Artes; que por momentos gritaron su nombre y no goles; que entonaron vivas y no exclamaciones; y que en pleno mundial lamentaron su muerte y no un gol fallido del Guille.

Quizás se reiría de que de todas sus colecciones, entre estampas, postales, partituras, piezas artesanales, fotografías, juguetes populares, álbumes, calendarios, cómics, periódicos, cuadernos y recetarios, la más polémica resultara ser la de sus 12 gatos ya que el rumor de que habían sido dormidos, originó que manifestantes se concentraran en las afueras de su casa de portales, a quienes después se les aclararía que sólo había muerto uno, por lo que finalmente quedaron once, como el número de integrantes de un equipo de futbol.

Definitivamente tenía razón, a diferencia del futbol en la vida sólo se agoniza una vez. En el futbol se puede ganar perdiendo, perder ganando o ganar empatando, pero en la vida se gana o pierde y él indiscutiblemente ganó. Ganó como niño catedrático, como payaso sabio, como conciencia de México, como crítico mordaz y como clon de sí mismo. La paradoja de la vida hace que Carlos Monsiváis muera en pleno mundial y no podemos olvidar lo que dijo en el 2000: “Me reservo el futbol para mi muerte” y parece lo cumplió. Algo me queda claro, si el cerebro produjera electricidad al pensar, él hubiese iluminado todo un estadio.