miércoles, 25 de agosto de 2010

Volar, vale la pena

A mi padre le gustaba llevarme al aeropuerto. Muchas veces me dejaba en la puerta, bajaba del auto y me daba un fuerte abrazo, si tenía más tiempo me acompañaba a buscar mi pase de abordar y luego tomábamos un café. Platicábamos los últimos pendientes, le contaba de mis proyectos y mi miraba como confiando en mis planes. Los ojos le brillaban de forma especial. Eran esos momentos que quisieras el tiempo se detuviera.

Al final nos dábamos un abrazo y generalmente nos reíamos mucho, ya sea con ocurrencias que sé le provocaban risa o con anécdotas familiares o de amigos. Tras su partida viajo poco por mi tierra, porque saber que no estará él, esperándome y despidiéndome, me provoca un enorme vacío que hace el viaje, aparte de doloroso, innecesario. Creo que no tiene sentido ese aterrizaje, pero al ver a otros pasajeros que felices abrazan a sus seres queridos es cuando me doy cuenta que si vale la pena volar, y que los aviones no sólo transporta pasajeros sino al origen de lo que mueve todo: el amor.