lunes, 7 de julio de 2008

París, una mirada a la melancolía (Hace un año atrás. 070707)

C’est le temp, C’est le temp

París, Francia. 70707. Totalmente desparramado sobre el césped del Campo Marte abro los ojos lentamente, con el conocimiento de lo que me encontraré, visualizo la majestuosidad de la Torre Eiffel, el símbolo más característico de París, con una aparente fragilidad pero con 320 metros de altura, sus más de 10 mil toneladas de acero que la mantienen de pie, y no dejo de pensar en la ironía: fue creada para luego ser destruida.

Más de cien años y sigue justo ahí, observando la historia. Miro el reloj y caigo en cuenta de que es el día siete, del mes siete, del año 2007 y son justo las siete, las siete de la noche. El sol está en su mejor momento, cientos de personas caminan, corren o simplemente descansan sobre el gran campo abierto observando a la maravilla realizada por el hombre, la misma que ha visto pasar el tiempo y se ha reído de él.

Mirar la Torre Eiffel es pensar justo en el tiempo, el que todo lo consume, el que a muchos destruye y a otros exalta. Ya lo dijo Schopenhauer: las personas vulgares no piensan sino en dejar correr el tiempo; los que poseen algún talento, procuran hacerlo útil. Pero fue más contundente Voltaire: el tiempo es justiciero y pone las cosas en sitio.

Caminar por Paris, observar sus calles y sus esplendidas construcciones no deja de asombrar ante cada obra de arte con la que te tropiezas, es pensar en tantos personajes, en tanta historia, en tanta belleza. Desde Juana de Arco, Felipe el hermoso, Napoleón, Charles de Gaulle; hasta Hitler que se enamoró de esta ciudad, por lo que siempre la respetó. Es imaginar como se dio pie a las historias que desde aquí han surgido como los Miserables o Las Flores del Mal. C´est le temp, c´est le temp.

Veo parejas de todas las edades tomados de la mano, charlando o simplemente disfrutando de ese momento que no se repetirá. Observo a unos ancianos que, como colegiales, comen sobre el césped cruzando picaras miradas y me llega a la mente una plática que dio Savater en San Lorenzo, El Escorial, denominada “una mirada a la melancolía”, donde el escritor español no anduvo con cuentos al calificarse como melancólico con la convicción de que “no habrá un mañana”.

En la mesa el seminario que Savater compartió con el también escritor Andrés Trapiello, se debatió sobre “la condición humana por excelencia”: la melancolía. Concepto que pasó de simbolizar la grandeza de los héroes y los sabios en Grecia al pecado de la Edad Media, para concluir y derivar en simple “depresión” hoy en día. Es por ello que cuando el filosofo aseguró que no habrá un mañana, el organizador del seminario, Javier Murgueza lo interrumpió: ¿demasiado pesimista quizás? a lo que de inmediato encontró respuesta “tal vez, pero está claro que la vida no es eterna y que cada día nos da señales de su putrefacción, su deterioro. Basta mirarnos a un espejo”.

Los que saben dicen que la depresión se da sobre todo en las grandes ciudades, como Paris, palabra en que ha derivado algo que tiene un precedente ilustre en la historia del pensamiento: la melancolía. Y es que, cómo explicaron, esta no siempre ha sido vista como algo pernicioso que hay que eliminar. Aristóteles reconoció en ella una fuente de la grandeza de los héroes, sabios y poetas. En el Renacimiento y el Romanticismo se subrayó también el lado creativo de la melancolía, mientras que la edad Media la condenó como pecado y el Barroco la convirtió no en rasgo epocal, sino existencial.

Cada momento histórico resalta, por tanto, el rostro positivo y negativo de la melancolía, la vincula a ciertas actividades e incluso la masculiniza o feminiza. Sin duda, es un concepto que se ha alumbrado o ensombrecido. Algo con un origen tan noble hoy ha derivado en una vulgar depresión. Es considerada una enfermedad y debemos atacarla, utilizar fármacos para adaptarse al entorno, a la realidad existente y establecida. Constantemente ha sido tema de debates filosóficos, sociológicos, psiquiátricos, históricos, estéticos, e incluso poéticos, y ha habido pensadores como el clérigo inglés Robert Burton que han dicho “si es que hay un infierno en la tierra, debe estar en el corazón del hombre melancólico”.

Estar en una esplendida ciudad y sentirse melancólico suena hasta ridículo, pero París tiene algo que te da momentos mágicos. Tiene razón Flaubert: “La melancolía no es más que un recuerdo que se ignora”. ¿cómo más se puede definir un sentimiento inexplicable? No dejo de pensar en la plática de Savater, quien insistió en la idea constante de la pérdida de la juventud ligada al concepto de la melancolía. “Seguimos apegados a los hábitos de la juventud porque somos unos hipócritas ilusos la mayoría de las veces”.

El filosofo, quien citó no sólo a Flaubert sino también a Borges y a Freud, coincidió con todos ellos. “El deseo insatisfecho de inmortalidad es lo que nos lleva a ella”; mientras que el escritor Andrés Trapiello concluyó de las tres claves de cualquier melancolía que se precie: “Amor, muerte y tiempo”. Las mismas que había evocado Savater pocas horas antes.

Y es que vivir en el para muchos tan esperado día siete del mes siete del año 2007, en un ciudad con tanta historia, con tantos personajes, con tantas vidas, te lleva inevitablemente en pensar en el tiempo y es cuando te sorprende la melancolía, pero no aquella intensa y destructiva, no, sino aquella nostálgica y suave, si, aquella que te lleva a recuerdos como cuando tu padre te enseñó a caminar y que ese andar también tiene final, volver a pensar que a veces es momento de regresar. Aquella melancolía que te apuñala por la espalda, pero de manera tan sutil que sólo caes en cuenta cuando sientes el tibio correr de la sangre que como lágrimas cae a gotas.

Giro para rodar sobre el césped y quedar nuevamente boca arriba, acostado sobre Paris, con los brazos abiertos, desparramado sobre el Campo Marte, de nuevo levanto la mirada lentamente para ver la Torre Eiffel, una lágrima se libera porque descubro que la melancolía que verdaderamente me lastima es la del porvenir. Tiene razón el maestro Sabines: “¿es que hacemos las cosas sólo para recordarlas? ¿Es que vivimos sólo para tener memoria de nuestra vida? Porque sucede que hasta la esperanza es memoria y que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir”. Es el tiempo, es el tiempo, el mismo que se carcajea mientras corremos desesperados a sabiendas que nos alcanzará. Es el tiempo, es Paris, el asentamiento romano, su fundación, revolución y liberación, son los miserables, Louis Braille, Simona de Beauvoir, Edith Piaf, Jean-Paul Sartre o quizás simplemente se trate de la llama de la libertad.

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